¡Buenas PAMer!
Este es un email especial y aquí va el por qué con sorpresa final 😉
Déjame contarte una historia real…
Me sucedió a mí hace ya un buen tiempo, pero se repite cada año en muchas personas.
Volvía de mis merecidas vacaciones de navidad. Me gusta ser precavido, así que dejé un día entre la vuelta y el comienzo de trabajo para organizar y planificar todo lo que podría encontrarme en mi primera semana de trabajo.
Así no me pillaba nada desprevenido al día siguiente en la oficina.
Finalmente, ese día extra me lo quería dedicar a mí mismo, era el último y quería aprovechar un poquito más. Sinceramente, creía que la planificación de la semana me iba a llevar poco, ya que sería solo de adaptación al ser inicio de año.
A última hora de la tarde por fin, después de procrastinar la tarea durante todo el día, me puse manos a la obra y, ¡oh sorpresa!
Resulta que lo que parecía una simple planificación semanal de 1h máximo me había llevado hasta la 1 de la madrugada de un domingo, además de un bonito dolor de cabeza poco envidiable.
¿Qué falló? Pues que no tuve en cuenta dos cositas muy importantes…
- Una planificación de vuelta de vacaciones siempre lleva más tiempo del normal.
Mis asuntos pendientes (proyectos/tareas del año anterior, nuevos emails, nuevos proyectos que se me habían ocurrido en las vacaciones, etc), de una forma u otra se fueron acumulando por la lógica “falta de acción” en mis días de descanso.
Llevar todo eso a mi sistema de planificación implicó mucho tiempo. Más del habitual.
- Además, aunque fui precavido y antes de vacaciones planteé mis propósitos (para qué) y objetivos consecuentes de año nuevo.
Ese día decidí revisarlos y resulta que ya no me parecían tan lógicos.
Se parecían mucho a los que me había planteado cada año y jamás conseguía ni medio alcanzar.
He aquí el problema mayor y el que me llevó a ese dolor de cabeza terrible.
Tener que planificar una semana durante un buen rato más no es gran problema. Quizás termines a las tantas, pero tu sensación de bienestar por tenerlo todo atado enseguida te recompensará.
Ahora bien, darte cuenta de golpe que todo ese trabajo no iba a servir de nada y quedaría de nuevo en otro objetivo sin cumplir por haberlo hecho a la ligera…ya no tendría tan fácil solución. Con la consecuente desmotivación, claro.
Eso me tocaba mucho la moral y además hacía tambalear mi motivación de cara al nuevo año. Ya sabía como terminaba todo esto… Me sucedía cada año.
Tenía que poner solución a esta situación cuanto antes, pero sentía que no tenía los recursos adecuados, ni era la hora ya para exprimir mi mente.
Me fui a dormir con un malestar y una sensación de descontrol sobre mi vida y futuro bestial.
Me dolía la cabeza a rabiar, pero lo que más me dolía era sentir que podía perder otro año más de mi vida divagando entre propósitos, objetivos y metas sin sentido.
Al día siguiente, tras un día de oficina de los que no deseo a nadie, llegué a casa y me puse a buscar como un loco en qué había fallado. Tras una tarde entera leyendo artículos sobre productividad personal di con la clave.
No sabía plantear mis objetivos de la forma adecuada y mucho menos llevarlos a la acción. Esto me llevaba a plantearlos y replantearlos cada año sin conseguir nada de impacto importante en mi vida.
Para poner solución, dediqué semanas a la investigación mediante libros y artículos, y después de testear durante meses por mi cuenta di con la solución.
Pero este email se está haciendo ya demasiado largo, así que mi solución a este problemón, más una forma mucho más sencilla de conseguirla te la detallaré en el siguiente email.
Muchas gracias por estar siempre ahí.
Nos vemos en unos días con el final de la historia y más sorpresas.
Un fuerte abrazo,
Christian